Puede ser muy irritante tener un compañero de vida tacaño. Por supuesto, cada persona pueda gastar su dinero como quiera, pero las cosas se complican en una relación, porque las decisiones sobre la economía de la casa ya no las puede tomar una solo.
En una relación los dos tienen que adaptarse el uno al otro. ¡Y ese es el quid de la cuestión en esta historia!
No sé si esta historia es real o no, pero me pareció tan divertida y tan ingeniosa esta viuda, que tenía que compartirla con vosotros. La sentencia final de la mujer es absolutamente brillante. ¡Y es que compartir la alegría es una doble alegría!
El protagonista de esta historia es un hombre que trabajó toda su vida y ahorraba todo lo que ganaba.
Era un gran tacaño con su dinero. Amaba su dinero más que nada en el mundo.
Un día el hombre enfermó. El médico le dijo entonces que no le quedaba mucho de vida.
Tras recibir la fatídica noticia, el hombre le dijo a su esposa:
“Escúchame, cuando muera quiero llevarme todo mi dinero conmigo a la tumba, ponlo en mi tumba, quiero llevarme todo mi dinero a la otra vida».
“Te lo prometo”, dijo su esposa, quien tras eso tendría que enfrentarse a una vida de viuda en la pobreza.
“¿¡Estás loca?!”
Poco después, el marido murió.
Durante el funeral, en la iglesia, la esposa estaba estaba sentada al lado del mejor amigo del matrimonio. Cuando acabó la ceremonia, justo antes de que cerrasen el ataúd, la esposa dijo: «¡Esperen un minuto!».
La mujer tenía una caja de zapatos, se acercó hacia el ataúd y metió la caja dentro. Después cerraron el ataúd y continuaron con el ritual.
Su amigo preguntó: «¿Qué había en la caja de zapatos?».
La viuda contestó: «Quería ser enterrado con todo su dinero, así que lo puse dentro».
«¡¿Estás loca?! ¿Lo vas a enterrar con toda su fortuna?!», exclamó el amigo.
A lo que ella contestó: «Sí, se lo prometí. Soy una buena cristiana. No puedo mentir. Le prometí que pondría todo el dinero en su ataúd con él».
«Pero era rico, ¿cómo has podido meter todo su dinero en una caja de zapatos?», preguntó el amigo.
«Sí, eso era un problema», dijo la mujer, «así que lo puse todo en mi cuenta y le hice un cheque y lo metí en su ataúd.»
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