El marido salva su dañado matrimonio diciendo esta simple frase a su esposa.

Ahora mismo estoy soltero, pero he estado en un par de relaciones largas en mi vida. Desafortunadamente, ambas terminaron de la misma manera: el brillo inicial desapareció y terminamos rompiendo. El autor estadounidense, Richard Paul Evans, estaba pasando por lo mismo. Su matrimonio estaba a punto de colapsar y él y su esposa iniciaron la ruta hacia el divorcio. Pero justo cuando parecía que su matrimonio estaba condenado se dio cuenta de una cosa. Richard compartió recientemente su reflexión en su blog, y ojalá lo hubiera leído antes de que mi última relación se rompiera. Es algo que cualquiera que esté en una relación debería leer. Échale un vistazo más abajo.  

Mi hija mayor, Jenna, me dijo recientemente: “Mi gran miedo como niña era que y mamá y tú os divorciaseis. Entonces, cuando tenía doce años, peleabais tanto que pensé que quizás era mejor que lo hicierais”, luego añadió con una sonrisa: “Estoy feliz de que lo solucionaseis”.

Mi esposa Keri y yo luchamos por nuestro matrimonio durante años. Mirando atrás, no sé qué es lo que nos unió, pero nuestras personalidades no encajaban mucho. No mucho después de casarnos nuestras diferencias se hicieron más extremas. Hallar “fama y fortuna” no facilitó nuestro matrimonio. De hecho, intensificó nuestros problemas. La tensión entre nosotros se hizo tan grande que encontramos alivio en mis viajes para presentar libros, aunque parecía que tuviéramos que pagar por ello a la vuelta. Nuestras peleas se hicieron tan constantes que era difícil incluso imaginar una relación pacífica. Nos convertimos en personas perpetuamente a la defensiva, construyendo fortalezas emocionales en torno a nuestros corazones. Estábamos al borde del divorcio y lo discutimos más de una vez.

Estaba en un viaje de presentación de mi libro cuando las cosas llegaron a un punto crítico. Tuvimos otra gran pelea por teléfono y Keri me colgó. Estaba sólo y solitario, frustrado y enfadado. Había llegado a mi límite. Ahí es cuando me dirigí a Dios. No se si podría llamarlo rezar, quizás gritar a Dios no es rezar, quizás lo es, pero lo que sea que hice nunca lo olvidaré. Estaba de pie en la ducha de Buckhead, el hotel Ritz-Carlton de Atlanta, gritando a Dios que mi matrimonio estaba mal y ya no podía seguir con ello. Aunque odiaba la idea de divorciarme, el dolor de estar juntos era demasiado. También estaba confundido. No entendía por qué mi matrimonio con Keri era tan complicado. En el fondo sabía que Keri era una buena persona, y yo era una buena persona. ¿Por qué no podíamos llevarnos bien? ¿Por qué me había casado con alguien tan diferente a mi? ¿Por qué ella no cambiaba?

Finalmente, totalmente afónico y roto, me senté en la ducha y empecé a llorar. En la profundidad de mi desesperación me llegó una poderosa inspiración. No puedes cambiarla, Rick, tan sólo puedes cambiarte a ti mismo. En aquel momento empecé a rezar. Si no puedo cambiarla, Dios, entonces cámbiame. Recé hasta tarde en la noche, recé al día siguiente en el vuelo a casa. Recé mientras entré por la puerta para encontrarme con una esposa fría que apenas reaccionó ante mi presencia. Aquella noche, en nuestra cama, a apenas unos centímetros el uno del otro pero a kilómetros de distancia, me llegó la inspiración. Sabía lo que tenía que hacer.

A la mañana siguiente, me acerqué a Keri en la cama y le pregunté:
-“¿Cómo puedo hacer mejor tu día?”
Keri me miró enojada y dijo:
– ¿Qué?
-“¿Cómo puedo hacer mejor tu día?”
-“No puedes”, dijo. “¿Por qué estás preguntando eso?”.
-“Porque lo digo en serio”, dijo, “tan sólo quiero saber qué puedo hacer para mejorar tu día”.
Me echó una mirada cínica. “¿Quieres hacer algo? Ve y limpia la cocina”.
Probablemente esperaba que me volviera loco. En lugar de eso asentí. “Ok”, respondí. Me levanté y limpié la cocina.
Al día siguiente le pregunté la misma cosa.
-“¿Qué puedo hacer para mejorar tu día?”.
-“Limpia el garaje”.
Respiré hondo. Tenía un día muy ocupado y sabía que ella hizo esta petición a sabiendas. Estuve tentado a estallar, pero en lugar de eso dije, “ok”. Me levanté y durante las siguientes dos horas limpié el garaje. Keri no estaba segura de qué pensar.
A la mañana siguiente volví a preguntar:
-“¿Qué puedo hacer para mejorar tu día?”.
-“¡Nada!”, dijo. “No puedes hacer nada. Por favor deja de decir eso”.
-“Lo siento”, dije, “pero no puedo. Me comprometí conmigo mismo. ¿Qué puedo hacer para mejorar tu día?”.
“¿Por qué estás haciendo esto?”.
“Porque me importas”, le dije. “Y nuestro matrimonio”.

A la mañana siguiente le pregunté de nuevo y a la siguiente y a la siguiente. Entonces, durante la segunda semana ocurrió un milagro. Cuando le hice la pregunta a Keri sus ojos se llenaron de lágrimas, entonces empezó a llorar. Cuando pudo hablar dijo:
– “Por favor, deja de preguntarme esto. Tú no eres el problema, yo lo soy. Es difícil vivir conmigo. No sé por qué estás conmigo”.
Levanté su barbilla suavemente hasta que me miró a los ojos:
-“Porque te quiero”, le dije.
-“¿Qué puedo hacer para mejorar tu día?”.
-“Yo debería preguntarte eso”.
– “Deberías”, le dije, “pero no ahora. Ahora mismo yo necesito ser el cambio. Tú necesitas saber cuánto significas para mí”.
Ella puso su cabeza contra mi pecho.
-“Siento haber sido tan horrible”.
-“Te quiero”, le dije.
-“Te quiero”, contestó.
-“¿Qué puedo hacer para mejorar tu día?”.
Me miró dulcemente:
“¿Quizás podemos pasar algo de tiempo juntos?”.
Sonreí y dije:
-“Me gustaría”.

Continué preguntándoselo durante un mes y las cosas cambiaron. Las peleas cesaron, entonces Keri empezó a preguntar:
-“¿Qué necesitas de mí?¿Cómo puedo ser una mejor esposa?”.

Los muros entre nosotros cayeron. Empezamos a tener discusiones profundas sobre lo que queríamos en la vida y sobre cómo podíamos hacernos felices el uno al otro. No, no solucionamos todos nuestros problemas. No puedo decir que nunca volviéramos a pelear. Pero la naturaleza de nuestras peleas cambió. No sólo eran más raras sino que no tenían la energía que tuvieron una vez. Les quitamos el oxígeno. No queríamos herirnos más el uno al otro.

Keri y yo llevamos ahora casados más de treinta años. No sólo amo a mi esposa, me gusta. Me gusta estar con ella, la deseo, la necesito. Muchas de nuestras diferencias se convirtieron en fortalezas y lo demás no importa. Hemos aprendido a cuidar el uno del otro y, lo más importante, hemos recuperado las ganas de hacerlo.

El matrimonio es duro, pero también lo es la paternidad y mantenerse en forma o escribir libros y todo aquello que es importante y que vale la pena en mi vida. Tener un compañero de vida es un gran regalo. También he aprendido que la institución del matrimonio puede ayudarnos a sanar nuestras partes más desagradables, y todos tenemos partes desagradables.

Con el tiempo aprendí que nuestra experiencia fue un ejemplo de una lección mucho mayor sobre el matrimonio. La pregunta que todos tendrían que hacer a su pareja en una relación comprometida sería:

-“¿Qué puedo hacer para mejorar tu vida?”.

Eso es amor. Las novelas románticas (y escribí algunas) van todas sobre el deseo y ser felices para siempre, pero el felices para siempre no viene del deseo, al menos no el que viene retratado en esos libros. El verdadero amor no es desear a la persona, sino realmente desear su felicidad, algunas veces incluso a expensas de nuestra propia felicidad. El verdadero amor no es convertir a la otra persona en la copia uno mismo, es expandir nuestras propias capacidades de tolerancia y aprecio, para buscar el bienestar del otro. Todo lo demás simplemente enmascara tu propio interés.

No estoy diciendo que lo que nos pasó a Keri y a mi funcionará para todos. Ni siquiera estoy reclamando que todos los matrimonios tengan que salvarse. Pero yo estoy increíblemente agradecido por la inspiración que me llegó ese día hace tanto tiempo. Estoy agradecido de que mi familia todavía esté intacta y de tener a mi esposa todavía, mi mejor amiga, a mi lado en la cama cuando me despierto en la mañana.

Y estoy agradecido de que incluso ahora, décadas después, de vez en cuando, todavía me acerco a ella en la cama y le pregunto:

-“¿Qué puedo hacer para mejorar tu día?”.

Estar en cualquier extremo de esa pregunta siempre hace que valga la pena despe
rtarse.

Comparte esta historia para ayudar a otros a enfrentar sus problemas en sus relaciones. Una simple pregunta puede suponer una gran diferencia.

Si quieres ver más artículos como este ponle “me gusta” al botón de abajo.