Qué lindas esas historias donde la vida te da una segunda oportunidad inesperada. No importa cuántas desgracias asolen nuestra existencia, un día, la vida te sorprende con una reconciliación con todo ese pasado que te hizo sufrir. Así fue el caso de Jenna, la protagonista de esta historia, que no se si es cierta, pero que me conmovió en lo más profundo.
“¿Habla Jenna?”, preguntó una voz. Jenna se agarró al receptor con mano temblorosa. Su voz era exactamente como la había soñado, exactamente como la de su padre.
Jenna había sabido durante treinta años que ese día llegaría. Los niños adoptivos parecen querer saberlo todo sobre sus familias biológicas. Temor pero también euforia la embargaban mientra hablaba con el joven por teléfono.
En 1967, Jenna se enamoró de David, pero la familia de David era de una zona pobre de la ciudad. El padre de Jenna era controlador y abusivo y no le permitió salir con él. Con la ayuda de amigos, pudieron verse a escondidas.
Cuando Jenna descubrió que estaba embarazada su padre enloqueció. Obligó a la adolescente a irse a vivir con una tía hasta que diera a luz. Con el corazón roto, David se alistó en el ejército y fue a combatir en Vietnam. Escribió algunas cartas a Jenna, pero su padre las tiró. David incluso trató de escribir a una de sus amigas, esperando que alguna palabra llegara a la chica que amaba. Jenna nunca recibió carta alguna y no sabía cómo contactar a David.
Ella regresó a casa tras el nacimiento del bebé. Soñaba constantemente con el pequeño niño que sostuvo durante sólo un segundo. Se preguntaba cómo serían sus padres adoptivos, dónde vivían, y cómo era físicamente el niño a medida que crecía.
También soñaba con el día que pudiera irse de casa y huir de su controlador padre. Tras graduarse, Jenna se fue a la universidad y consiguió un empleo en una gran ciudad. Nunca regresó a su ciudad natal, todavía dolida porque su padre no le dejara quedarse con el bebé y casarse con David.
Las memorias de este amor perdido y el hijo que tuvo que dar hicieron que Jenna nunca quisiera casarse.
Ella se dedicó a su trabajo como profesora de escuela. Se apasionó por las organizacones en defensa de mujeres maltratadas y madres solteras. Jenna trabajó muy duro para ayudar a otras personas y siempre supo que llegaría este día. Su hijo la encontraría y querría saber por qué ella no le había querido lo suficiente como para quedárselo.
“¿Podemos vernos pronto?”, le preguntó el joven. Su nombre era Bradley. Jenna acordó que él volaría a su cuidad para verla. Tenía 30 años ye estaba casado, tenía dos hijos.
Después de colgar, Jenna se lamentó de no haber preguntado si había encontrado a David. Abandonó ese pensamiento y empezó a prepararse para la visita de su hijo en dos semanas.
Los días pasaron y las emociones de Jenna se acumulaban. Pasó de la emoción de por fin ver a su hijo al temor de que él no la quisiera o no pudiera entender.
Finalmente llegó el día. Jenna cundujo al aeropuerto dos horas antes porque estaba demasiado nerviosa como para quedarse sola en casa. Paseaba y se mordía las uñas.
Anunciaron el vuelo de Bradley. Jenna fue lo más cerca que pudo de la puerta de salida, estirando su cuello para ver al hijo con quien estaba a punto de encontrarse. Toda una vida de pesadillas y lamentos poblaban su mente.
De repente, ahí estaba él, justo delante de ella. Un abrazo tan fuerte que la levantó por los aires fue el primer contacto de su hijo en 30 años. Se abrazaron y lloraron durante varios minutos. Luego un niño pequeño tironeó de la camiseta de Bradley.
“Papá, tengo sed”. Jenna abrazó a su nieto, a su hermana mayor. Abrazó a su nuera y luego repitió con Bradley.
El niño pequeño empezó a gritar y correr hacia otro hombre. “¡Abuelo!”, gritó. Jenna se paró y pensó: “
No puede ser.¿Pero cómo?¿Realmente es él?”.
Bradley besó suavemente la mejilla de Jenna. “Sí, realmente es él. Lo encontré la semana pasada y vino a la casa a visitarnos. Estaba muy entusiasmado de saber que nos íbamos a encontrar contigo hoy. Él tampoco se casó nunca. ¿Sabes?”.
David levantó al pequeño y luego sus ojos se encontraron con los de Jenna. Bajó al niño suavemente y en un instante se acercó a ella. Ella estuvo entre sus brazos largo rato antes de que se separaran para mirarse.
La semana pasó demasiado rápido. Bradley y su esposa le hicieron la promesa de visitarla en unas semanas. Cuando fueron al aeropuerto David guió a la familia de Bradley.
“¿A dónde estás volando?”, le preguntó Jenna.
“No estoy volando”, respondió. “Extendí mis vacaciones. Tenemos que recuperar muchos años”.
Bradley tuvo la oportunidad de ver la boda de sus padres en las navidades de ese año. Sí, realmente algunas veces hay finales felices.
Qué linda historia. ¿Verdad? Comparte esta historia de amor enternecedora entre tus amigos.